La luz nocturna

Era una tarde soleada de verano en Zaragoza de Palmares, el viento sacudía suavemente los árboles de guaba y las matas de plátano y banano, así como también las plantaciones de café caturra que Rafael podaba como parte del tratamiento que se le da a estas plantas en el mes de febrero. En horas vespertinas él se recostaba a tomar aire fresco al pie de un gigantesco árbol de Higuerón que lucía imponente en lo más alto de la finca de los González, el crujir de sus ramas y el ruido de las hojas producidos en complicidad con el viento suave de la tarde transformaban el lugar en un apacible espacio para relajarse unos quince minutos mientras tomaba un café hirviente y un pedazo de pan dulce para después proseguir hasta que el sol dejara de iluminar la finca.

Una tarde de tantas, terminó la jornada de trabajo en el cafetal y Rafael se marchó hacia su casa de habitación que quedaba justo al lado de la plantación de café de la cual era dueño, cenó tranquilamente a eso de las siete de la noche, descansó de su trabajo hasta a eso de las nueve de la noche, cuando su calma fue repentinamente interrumpida por su perro y por los perros de las viviendas vecinas, no eran ladridos comunes, sino que eran desesperados y asustados inclusive, Rafael salió para comprobar la situación y notó de inmediato que todos los caninos ladraban asustados mirando hacia el árbol de Higuerón de la cumbre de la colina, los mismos perros le indicaban que fuese al lugar a ver qué ocurría. Rafael tomó rápidamente el machete que se encontraba junto con los materiales que utilizaba para su trabajo y se enrumbó hacia el árbol de Higuerón en medio de la oscuridad y solamente iluminado por la luz mortecina que le proveía la luna, como conocía profundamente el cafetal no necesitaba ningún tipo de iluminación para saber el camino al Higuerón, así que se aproximó armado con el machete hacia el árbol, sospechando quizá de algún individuo que estaba merodeando el lugar, pero la sorpresa fue inmensa cuando a medida que se acercaba se iluminaba el árbol de Higuerón y los perros ya no ladraban enojados sino asustados y Rafael miró el tronco del árbol de Higuerón y una luz muy grande que no tenía ninguna fuente de donde alimentarse le iluminó al punto de tener que volver su cabeza a un lado para no encandilarse, al ver eso Rafael se alejó asustado unos metros del tronco del árbol para asimilar lo que había visto, luego regresó con más calma y con el corazón latiéndole menos rápido a comprobar aquella luz, pero esta ya no estaba, Rafael entonces regresó asustado a su casa, donde contó con voz aturdida y entrecortada lo que ocurrió, pero su esposa e hijos no creyeron aquel suceso, le afirmaron que solo fue un susto provocado por su imaginación y el miedo que Rafael tenía de ver a los perros asustados y la oscuridad del cafetal. 

Tras varios días del suceso Carlos, hijo de Rafael comenzó a interesarse por aquella luz, ya que les contaron que esta luz indicaba la muerte de una persona vecina del lugar, y que después de cierto número de apariciones de la luz la persona moría. Carlos y Rafael fueron varias veces entre las nueve y las doce de la noche al pie del Higuerón y la luz no se manifestó y tanto Rafael como Carlos perdían fe en la luz y se fortalecía el pensamiento de Rafael de que todo fue parte de su imaginación.

Varias semanas después una noche Rafael escuchó de nuevo a eso de las nueve de la noche el ladrido intempestivo de los perros que ofuscados ladraban nuevamente hacia el Higuerón, Rafael corrió de nuevo rápidamente y Carlos le siguió, armados ambos con machetes llegaron rápidamente hasta el lugar de la luz y ahí estaba, más alta que la primera vez pero ahí estaba, ya no al pie del Higuerón sino casi en la copa del árbol, la luz les iluminó y tenuemente se fue haciendo menos brillante y subiendo al punto de desaparecer, al ver lo perturbador del acontecimiento Carlos y Rafael se volvieron a ver mutuamente como haciéndose la pregunta ¿Viste lo mismo que yo? Y ambos regresaron asustados y corriendo a su casa, sudorosos y entrecortadas sus voces contaron a la familia lo sucedido, esta vez hubo mayor confianza y la familia entera daba como cierto el acontecimiento, además notaron que los perros ladrando vehementemente eran la señal principal para denotar la presencia de la luz del Higuerón. 

Días después de la última aparición de la luz se supo de la muerte de Célimo, un vecino de Rafael, cosa que todo aquel que no supiera de la luz tomaría como una muerte cualquiera, pero la familia de Rafael no pudo evitar relacionar aquella luz con la muerte ocurrida, ya que comprobaron la teoría de la luz nocturna, que es tomada ahora por la familia González como una leyenda, ya que desde eso no se han presentado más apariciones de la luz ni los perros han vuelto a ladrar asustados hacia el Higuerón.
                                                                     


                                                                José Carlos Zúñiga Fernández

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