El tesoro perdido y el aborigen

Era una de las tantas mañanas en las que Marcial viajaba desde Palmares hasta La Paz de San Ramón a laborar fuertemente en la finca que era de propiedad de su hermano Álvaro, el tiempo estaba muy nublado y brumoso, la lluvia había destrozado el camino al punto de transformarlo en una laguna de fango prácticamente impenetrable por un vehículo.

En medio de un fuerte aguacero Miguel Ángel, sobrino de Marcial, impulsaba poco a poco el Land Rover azul que según ellos era un vehículo capaz de penetrar el camino hostil repintado de café oscuro y atiborrado de agua, la poca visibilidad la daban las escobillas que tenuemente limpiaban el parabrisas delantero del vehículo que por tramos se detenía y los tripulantes salían con palas y sachos a limpiar el camino para poder seguir, las piedras sumergidas en fango y agua se convertían en enemigos del Land Rover pues algunas tenían la altura suficiente para volcar el automotor, pero el ingenio de Miguel Ángel al volante logró llevar a todos los pasajeros a salvo a la finca de Álvaro.

A eso de las siete de la mañana ya estaban desayunados y listos para trabajar los tres, Álvaro, Miguel Ángel y Marcial, el aguacero había mermado y ahora quedaba una neblina que corría muy rápidamente acarreada por el viento que a ráfagas potentes estremecía el solitario árbol de guayaba que estaba en medio de la finca, mientras los tres sembraban ayote, camote, caña de azúcar y maíz, preparaban el terreno y cada semilla tenía su espacio para nacer. 

El día entero se iba en la siembra y mantenimiento de los cultivos de aquella fértil y húmeda tierra, al terminar la tarde se marchaban dado que en la pequeña choza al lado de la finca no había luz eléctrica ni agua, por lo que no había forma de quedarse acampando ahí.

Uno de tantos días al terminar la jornada diaria Marcial notificó a su padre Álvaro y a su sobrino Miguel Ángel que había preparado la choza para pasar la noche en ella, decisión que aceptaron sin ningún problema, se marcharon los dos y Marcial pasaría la noche a oscuras y sin más agua que la que había traído desde su casa de habitación para preparar un café chorreado, Marcial era un hombre muy supersticioso y creía en muchas teorías fantásticas pero no temía en lo absoluto a quedarse en la choza esa noche ni a estar sin luz eléctrica, sabía que era muy probable la presencia de alacranes, insectos de todo tipo y por supuesto serpientes de muchas especies, pero eso no era impedimento para dormir en aquella choza de latas de zinc como paredes, una cama improvisada y una mesa para chorrear el café. 

La noche comenzó y la choza cimbraba por los vendavales que pasaban por la casa acarreando llovizna y bruma ramonense y Marcial tranquilamente tomaba un café y escuchaba la radio encendida por la energía de unas baterías antes de dormir. 

Recostado en la cama débil y rudimentaria comenzaba a conciliar el sueño y la relajación de sus extremidades cansadas por el trabajo del día aumentaba gradualmente, pero de pronto observó al frente de su cama un individuo muy extraño que no avisó de ninguna manera su entrada a la pequeña choza, de mediana estatura, con piel bronceada casi morena y con una vestimenta de aborigen que le cubría desde la cintura hasta las rodillas estaba erguido frente a él y le dijo: “A menos de un kilómetro hacia el Norte de esta choza se encuentra un tesoro que nuestros ancestros han enterrado a relativa profundidad, el cual, dado el cuido que han dado ustedes a esta tierra y a la honestidad que ustedes han demostrado hacia ella, he decidido heredarles a ustedes, levántate y te guiaré hasta el lugar preciso”. Marcial estaba asustado, con su pecho tembloroso y retumbándole el corazón le dijo al aborigen: “Es muy tarde, es casi medianoche, está lloviznando y el viento es muy fuerte, será difícil caminar hasta allá en estas condiciones”. El indígena le contestó con voz paciente y hablando despacio: “Si no va conmigo en este instante simplemente partiré y tendrá que buscar usted, si lo desea, por sí mismo el tesoro”. Ante esta respuesta Marcial tomó dos abrigos y los hizo parte su vestimenta y ambos salieron con rumbo al Norte, el aborigen le rogó encarecidamente que no llevase a ninguna mujer al lugar del tesoro, Marcial nunca supo el porqué de esta medida. Habían caminado unos setecientos metros hacia el Norte y en un lugar pequeño con tierra blanda y donde las ramas de los árboles lucían abiertas y manipuladas anteriormente por personas, el aborigen se adelantó un poco, Marcial intentó darle alcance pero había desaparecido todo rastro de él, Marcial intentó llamarle, pero recordó que el aborigen nunca se identificó, por suerte conocía el camino de vuelta a casa dado que no habían caminado mucho, Marcial simplemente continuó durmiendo hasta el amanecer.

Miguel Ángel y Álvaro habían regresado a trabajar como cualquier día, pero de inmediato Marcial contó lo vivido a ambos, quienes le dijeron que evidentemente había sido un sueño, sin embargo Marcial se negaba e insistía en ir al lugar, costó muchísimo trabajo encontrar aquel pequeño punto abierto donde desapareció el individuo, pero llegaron a un lugar parecido, que coincidía con la caña de indio que había marcado Marcial luego de haber ido aquella noche junto al indígena. Marcial pidió que comenzaran a escarbar el mojado suelo y que suspendieran las labores de siembra y cosecha. 

Tras todo un día de cavar el lugar con palas y sachos no había nada, continuaba el color café de la tierra y la humedad, brotaban ocasionalmente gusanos que hacían del fangoso terreno su hogar, de igual manera las lombrices, pero nada de oro, cofres o algo parecido, la lluvia ocasional enfriaba a los cavadores y las esperanzas de encontrar el preciado tesoro.

A los tres días de excavación las burlas comenzaban a surgir hacia Marcial, amistosamente claro está, pero de igual manera se burlaban, el hondo de la excavación era considerable, unas piedritas negras comenzaron a salir, pero nada que diera señales de oro o algo parecido, hacia los lados, hacia más adentro, nada, no había nada, el cansancio llegó y la excavación se abandonó poco a poco. 

Quedaba en medio de burlas la pregunta de Marcial: ¿Fue real? ¿Fue un sueño? ¿Existía aquel aborigen vestido con taparrabo? Nunca lo sabrá, pero lo cierto es que Marcial en cierto modo creía en aquel aborigen y que el deseo de verlo de nuevo sigue latente.
                                                            José Carlos Zúñiga Fernández

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